lunes, 10 de julio de 2017

Análisis del Sistema-Mundo

Introducción

El contraste con el valor visible acumulado directamente por los capitalistas existe otro tipo de valor, valor invisible que beneficia a los capitalistas pero también a los consumidores viviendo en los países capitalistas más desarrollados, como lo demuestra Clelland en su artículo sobre El núcleo de Apple. En el caso de un modelo de Apple, en cuyos detalles no podemos entrar, el costo de su producción en EEUU, sería de 652 dólares, de estos el valor oculto correspondería a unos 572 dólares, así pues la economía mundial opera en base a una energía (valor oculto)no contabilizada y no reconocida. El papel de las élites mundiales es transformar esta energía oculta o secreta en valores declarados que pueden ser vendidos y pueden dar lugar a una mayor acumulación capitalista. En el ejemplo de Apple el valor oculto o secreto es por cada Ipad 1077dolares, 10 veces más que el margen de beneficio aparente y más de 2 veces más el precio de su venta al detalle.
Como J. W. Mason destaca: -la economía mundial capitalista podría asemejarse a un Iceberg que oculta una mayor parte no visible en los flujos de valor desde “la periferia” al centro (países centrales)-. Estas formas de valor las constituyen las corrientes monetarias (que Clelland le llama valor visible u obvio que se expresan en corrientes monetarias y otro el mayor flujo de valor oculto o invisible de los que asumen un trabajo barato, los costes de reproducción de la mano de obra y los costos asumidos casi totalmente por los habitantes de los sistemas periféricos - Lo que conviene subrayar es que el valor invisible es una especie de subsidio para los capitalista pero que también beneficia a los consumidores del centro  y opera con un mecanismo de legitimación ideológico-político universal. Naturalmente existe un resultado para cada producto que depende de su poder incorporado al mercado; basado en su grado de monopolio o monopsonio. En industrias caracterizadas por innovaciones rápidas operan también las adquisiciones  de patentes; y en ellas son corrientes amplios márgenes de beneficios.
En su libro Anwar Shaikh, siguiendo el trabajo de Emmanuel Arghiri , nos señala que aunque la productividad directa del trabajo es generalmente menor en los países subdesarrollados en un 50 o 60% la de un trabajador de las áreas industrializadas, el salario medio de los países desarrollados es generalmente 30 veces superior al de los países atrasados. 
Desarrollo de estos temas
El pasado mes de enero J W Mason ha escrito un breve pero enjundioso análisis sobre la realidad de los intercambios comerciales entre México y EEUU. Muchas “estadísticas” publicadas o destacadas por los medios de información de masas; inducen a la mayoría de sus lectores a pensar que unas mercancías son producidas en un país determinado y consumidas en otros u otros países. Por ejemplo, los mexicanos producen tomates, hacen camisas, extraen petróleo, mientras los estadounidenses consumen los tomates en su ensalada, visten camisas mexicanas en su ropa y llenan su depósito de gasolina o se trasladan de un lugar a otro en sus coches importados. La realidad que existe en el mundo dista mucho de corresponder a esta imagen. Lo que sucede es que el intercambio entre países es parte de una  larga cadena de intercambios de mercancías en la que los compradores muchas veces no son los consumidores ni tan siquiera los contribuidores sino que tan solo importan determinados productos como insumos de un producto que va a ser posteriormente terminado. En muchos casos ni tan siquiera forma parte de los intercambios en un mercado general, sino más bien que ejecutan transferencias internas, que operan dentro de las estructuras de una sola empresa o firma multinacional. Pongamos un ejemplo, para ser mejor comprendidos; los españoles podemos importar un coche de los que ahora se llaman de alta gama, de un país de Europa que incorpora un lujoso volante de madera, que el país o firma extranjera había comprado a un productor español. Esto conlleva a una estadística repetida y exagerada en la valoración de la importación española.  Lo que conviene subrayar  es que, como norma general los productos en los que se llevan a cabo inversiones así como en los productos exportados, tienen un elevado contenido de bienes importados. Sucede lo contrario con los bienes de consumo, como señala J W Mason. Las empresas que se dedican al limitado comercio transfronterizo y las que producen para comerciar más ampliamente están estrechamente integradas entre ellas y generalmente con el conjunto de la economía. 
Traemos esto a colación, debido a las unilaterales amenazas proteccionistas de la presente administración de EEUU del Presidente Donald Trump podrían éstas,  parecer efectivas para ciertos bienes de consumo, pero el análisis de las estructuras del comercio mexicano con EEUU, muestra que este ejemplo no es representativo ya que la mayoría de las importaciones estadounidenses desde México no son bienes intermedios, ni productos de consumo, como las camisas, e incluso en este caso podrían  parecer poco eficaces dado la enorme importancia del turismo de los estadounidenses que van a México.
Los estudios realizados por Mason nos indican claramente que los cambios en la apertura o restricción del comercio de un país a otro exige un estudio detallado de las corrientes de comercio existentes. En el caso concreto, podemos observar que las importaciones desde México de los EEUU, constituyen solo un 26% de los bienes de consumo. Contrastando con ello importan por 28% de insumos industriales y más de un 35% de productos para la inversión. Sorprendentemente entre estos bienes de inversión figura un 13 % de exportaciones de computadores, podemos por tanto concluir que la mayoría de las importaciones estadounidenses desde México, son insumos intermedios y productos de inversión  y no bienes de consumo. Un aumento unilateral de la protección arancelaria podría conducir a una elevación de los costos de las compañías estadounidenses, incluyendo aquellas que principalmente se dedican a la exportación y no conduciría a la sustitución de productos mexicanos por otros llevados a cabo dentro de EEUU.
Algunos autores piensan que la política comercial de Trump, puede desencadenar una guerra comercial con otros países lo que podría conducir a una ruptura o dislocación de las cadenas de producción y podría llevar a una nueva posible recesión. Según mi pensamiento no conviene sin embargo, que exageremos este peligro puesto que Trump puede ser influenciado por  ciertos expertos como el recién nombrado director del  Consejo  económico del  Gobierno,  (N E C)  Gary Cohn, que fue empleado durante largos años por la gran institución bancaria Goldman Sachs.

Reflexiones finales
Entre las muchas contribuciones que se ocupan de los anteriores temas que hemos tocado anteriormente, es un ejemplo fundamental la de Zak Cope; en su libro del año 2015 “Mundo divido clase dividida” que basa sus teorizaciones en los de las llamada “sistemas-mundo” y las teorías de la dependencia que contribuyen a definir las etapas que ha atravesado el sistema capitalista hasta llegar al momento actual. Esta etapa actual se caracteriza por una reconstitución del sistema imperialista mundial bajo la hegemonía del  capitalismo monopolista basado en los EEUU que se sustentó en el desarrollo del consumismo y el aumento de los gastos vinculados a la llamada “economía del bienestar” centrada en los países más desarrollados, ocurrida después de la 2ª guerra mundial. La consecuencia de la desregulación de los flujos de capital exportado y la tendencia sistémica a unas relaciones de intercambio desigual han resultado entre otras cosas en que en los países del centro, se ha creado una “aristocracia” entre las clases trabajadoras.  Ello conduce a que esta clase se puede considerar como una especie de “sub-burguesía” .  A esta clase deja de interesarle que existan corrientes de intercambio más justas a nivel global.  Los peores temores expresados por Marx en el suprimido capítulo sexto de su obra El Capital, aparecerían; de este modo confirmados; pues una parte muy importante de los trabajadores se incorporarían o según el enunciado  de Marx: se subsumirían al sistema capitalista.
El extenso libro de Cope (de más de 400 páginas), ha sido tildado de pesimista pues parece que niega la capacidad revolucionaria de los trabajadores en los países imperialistas. Cope señala que una “auténtica izquierda” requiere una oposición clara y fuerte a la vez tanto del imperialismo como del sistema capitalista. Citando a este autor se afirma que: “Mientras el imperialismo exista no podrá haber un movimiento revolucionario en los países imperialistas del centro”.  El autor termina su libro con una nota más optimista. Según esta la lucha, a nivel mundial  depende de una toma de conciencia de la realidad actual. Esta toma de conciencia permitiría a que ciertas instituciones progresistas como sindicatos y trabajadores e incluso individuos progresistas pudiesen vincular muchas acciones valiosas, como las que se realizan en pro de una autentica democracia, así como los intentos antibelicistas de las luchas mundiales de las poblaciones híper-explotadas del mal llamado “tercer mundo”; que es nuestro mundo.  Mucho habría que discutir dentro de estas posiciones sobre si “El ser determina la conciencia” o puede en algunos casos suceder lo inverso. En cualquier caso, lo que sí parece obvio es que aunque existen algunos ejemplos  en los que los ingresos per cápita de ciertos países se acercan a los ingresos per cápita de los del  “centro”, esta disminución de las diferencias; viene enmarcada en crecientes discrepancias en los ingresos y en la concentración de la riqueza dentro de cada país.
Fdo. José F. Pérez Oya. Exfuncionario del Consejo Económico y Social en Naciones Unidas. (ECEE y CEPAL).B.A. y M.A. por la Universidad de Oxford.
Vigo, marzo 2017.

Es mi costumbre incluir en mis  contribuciones una amplia bibliografía sobre los artículos y libros que me han ayudado más a mis reflexiones. Generalmente los ordeno por fecha de su aparición, aunque en algunos casos no he podido hacerlo. Veámoslos a continuación, traduciendo su título al español para no gravar innecesariamente la atención de nuestros lectores estos títulos:
1- Enmanuel Arghiri “El cambio desigual” publicado en 1971, de este autor también un artículo titulado “La geometría del Imperialismo”.
2- Gunder Frank “Críticas y Críticas contradictorias” 1985.
3- Immanuel Wallerstein “Análisis de los sistemas-mundo”. Ésta constituye una obra fundamental en tres volúmenes publicados en diferentes fechas, afortunadamente en el año 2004 ha publicado una abreviada introducción.
4- Anwar Shaikh “Teorías del comercio internacional” publicado en español  en el año 2009
5- Samil Amin “Tres ensayos sobre la teoría marxista del valor” publicado en el año 2013.
6- Donald Clelland “Apropiación de la Plusvalía y valores ocultos en el sistema moderno mundial” 2012 en el libro de Salvatore Babones “Libro resumen de los análisis sobre los sistemas-mundo”. Así como un  Artículo en la “Revista de Investigación sobre los Sistemas-Mundiales”, diciembre a primavera 2014,  titulado  El núcleo  de Apple: grados de monopolio y valores ocultos en los eslabones de producción global.  
7- Peter Dicken “Cambios Mundiales” publicado el año 2015.
8- Neil N. Coe “Redes mundiales de producción” publicado en el año 2017.
9- Milberg “Las economías de las deslocalizaciones económicas” publicado en el año 2017.
10- J. W. Mason “Qué es los que México exporta exactamente hacia EEUU” 2017. Publicado en el blog de David Fields  en wordpress en el año 2017.
Un cordial saludo.
J. Pérez Oya
url. perezoya.blogspot.com




martes, 19 de julio de 2016

José Fernando Pérez Oya
Ex Funcionario Economista de la ONU Experto en Política Económica de Ciencia y Tecnología DIT-CEPE

I. VOLVER SOBRE MAASTRICHT
¿Tiene todavía sentido reflexionar sobre el Tratado de Maastricht en un país en el que las fuerzas políticas mostraron una virtual unanimidad en considerar la ratificación del Tratado una necesidad histórica ineludible? Piensa el autor de estas líneas que paradójicamente resulta necesario reflexionar acerca del Tratado precisamente porque fuimos testigos de la ausencia de un auténtico debate público —con la necesidad de consultar al pueblo rotundamente negada por el gobierno y la oposición— como también la actitud muy sesgada de los medios de comunicación social que, en general, apoyaban la adhesión.
Partiendo de la premisa de que una unión económica y política fuese en un principio deseable para el bienestar de los pueblos de Europa, deberíamos interrogarnos sobre su alcance geográfico y sobre la incidencia del impulso de fusión o convergencia en determinados aspectos de la vida social (económicos, sociales, culturales, tecnológicos etc.) así como sobre el orden de prioridades y ritmos impuestos a dichas políticas de convergencia. La ventajas de otorgar prioridad a la unión monetaria pueden no serlo si la operación implica relegar aspectos tales como los sociales, tecnológicos, culturales, militares o políticos a un segundo plano.
Si estas órdenes de prioridad se trucasen, la resultante se vería sustancialmente alterada. Incluso si suponemos que las prioridades son justas, resulta necesario concertar apropiadamente el ritmo de avance en cada aspecto, no sólo en el sentido absoluto sino también en relación con el de los demás. El no operar de esta manera nos podría conducir a lo que M. Unión y C. Boissieu llamaron riesgo sistemático (revista Gènese, junio de 1992). Muchas críticas al Tratado se centran en estos aspectos pues se señala que no sólo dejó desvinculada la política económica monetaria de la fiscal, al imprimir una aceleración excesiva en aquella a expensas de esta, sino que dejó muy relegados los campos de las políticas sociales, tecnológicas, etc., y aún más los aspectos políticos de la Unión. Esto condujo a lo que se llamó déficit democrático y viene claramente ejemplificado por la creciente distancia entre los órganos responsables de la política monetaria y las instancias del poder popular, legitimado a través de mecanismos electorales.
La enorme variedad de las tomas de posición acerca de Maastricht son, naturalmente, fiel reflejo de las motivaciones, esperanzas y temores que suscita el tratado, más que la propia ambigüedad del mismo. La discordancia de opiniones y sobretodo de temores no muy racionales, proliferó en Francia con ocasión del referéndum, pero también aquí pudimos leer en declaraciones del presidente del gobierno (El País 25/10/1992) que existe el riesgo de que Europa pudiese rasgarse o que Alemania tuviese la tentación de nuclear una Europa diferente (¿Con quién y con cuántos? Se puede preguntar) que daría lugar a una nueva configuración del continente si Maastricht fuera un fracaso. Los ejemplos llegados del país vecino van desde la posición de opiniones debidas a un nacionalismo extremo, hasta esperanzas casi mesiánicas en las potencialidades de la Unión para resolver todo tipo de problemas. Nuestros vecinos llegaron incluso a ciertos delirios, como vimos en el artículo antes citado de Gènese lo siguiente: «La moneda única conduce a un sentimiento de comunidad europea más fuerte. Es el vínculo más sólido que puede tejer una colectividad humana de más de trescientos millones de almas (sic) que reúne una gran variedad de culturas y lenguas». El activo apoyo del gran filósofo E. Morin al sí puede servir de ejemplo de confianza excesiva.
Sin duda, impresionado por la tragedia balcánica, Morin consideró que el Tratado puede llegar a convertirse en un baluarte de asociación-integración salvífica frente a las tendencias nefastas de disociación-desintegración que amenazan a Europa.
El déficit democrático -asegura- viene claramente ejemplificado por la creciente distanciación entre los órganos responsables de política monetaria y las instancias de poder popular legitimado por mecanismos electorales.
Esta discordancia de posiciones llevó, por desgracia, el cántaro a la fuente de los que en general, desde posiciones de poder, opinan que la complejidad y carácter técnico de ciertos problemas aconsejan no gravar la escasa capacidad del indocto pueblo con una discusión que en cualquier caso escaparía a sus cortos alcances y redundaría en un consumo excesivo de aspirina o, más probablemente, en una didáctica esquematización de las alternativas. Esto podría conducirnos en opinión del Sr. Elorza a rebajar el nivel del debate como sucedió en Francia.
Vamos a disentir aquí de estas opiniones haciendo ciertas observaciones que eleven a nivel pedestre el debate y lo substraigan al olímpico, etéreo, brumoso y tecnocrático carácter que frecuentemente tuvo y que se utilizó para que el buen pueblo siga contemplando con la debida admiración reverencial, que corresponde a su papel, las decisiones que sus sabios líderes toman a su favor y en su nombre.
II. LA GRAN COARTADA
Se nos presentó el Tratado como indivisible e irreformable, algo falso según sus propios términos. Puede decirse algo tan obvio y necesario como que es posible estar a favor de ciertos aspectos previstos de política social, regional o de defensa sin que ello conlleve la aceptación de otros aspectos del Tratado que, ocupan una posición central y nos parecen impugnables.
En varios artículos firmados por B. Cassen, en Le Monde Diplomatique, señala que el hecho de que el Tratado nos fuera presentado como algo ineludible nos puede servir de chivo expiatorio externo ante la impopularidad de ajuste estructural o de austeridad extrema, como también puede convertirse en escotillón de escape para una política de huida destinada a esconder la ausencia de un verdadero proyecto nacional.
Deben distinguirse los aspectos formales de los sustantivos y tratar de deslindar instrumentos de fines y todo esto desde posiciones de principio claramente expresadas.
Tomemos por ejemplo el temor suscitado a la pérdida de soberanía. La resistencia a la cesión o transferencia de soberanía será mayor cuanto más grande sea la distancia entre los objetivos y las aspiraciones de un gobierno y de los órganos comunes de gestión. Sin embargo, incluso si existe acuerdo sobre el riesgo de perder un nivel mínimo de autonomía encarnado en la idea de la soberanía e independencias nacionales. Este temor, puede tanto expresarse en un rechazo de los mecanismos institucionales como en el temor a acciones hegemónicas de uno o varios miembros de la Unión que, actuando individual o colegiadamente releguen a un miembro a una pasividad de subalterno.
El rechazo a la Europa de geometría variable, a dos velocidades o a la carta, está muy vinculado a este tipo de problemas. El espectro político parece dividirse aquí entre una derecha más preocupada por el diseño institucional que salvaguarde un límite amplio de soberanía con una menor preocupación por los contenidos sustantivos del diseño común (del que en caso de necesidad siempre podrían irse) y una izquierda más proclive a ceder soberanía dentro de esquemas federalistas y lógicamente más preocupada y atenta a los contenidos sustantivos incorporados en la acción de las instituciones comunes.
La unificación alemana brinda un ejemplo diferente. El hecho de que las nuevas instituciones monetarias estuviesen en gran parte calcadas del Bundesbank, provoca en la izquierda consecuente (cada vez menos visible) el temor de un afianzamiento de las políticas económicas monetarias y conservadoras; en la derecha nacionalista se da por supuesto que las instituciones comunes no aplicarán políticas comunes contrarias su tendencia ideológica dominante pero temen una pérdida de autonomía. Ambos segmentos
del espectro político, observan con aprensión desde perspectivas diferentes la brutal afirmación del poder del Bundesbank ante repetibles tormentas monetarias, así como las maniobras de creación y satelización de estados clientes como Eslovenia y Croacia.
El voto ponderado previsto en el Protocolo sobre los Estatutos del Sistema Europeo de Bancos Centrales y del Banco central Europeo (arts. 10 e 29 del Protocolo) pueden también constituir un signo preocupante. Es necesario, pues, señalar que las tensiones actuales contienen un elemento muy importante que proviene de la política de altos tipos de interés impuesta por Alemania, en gran parte derivada del esfuerzo de financiamiento (que representó en 1992 un 6,5 del PIB) consiguiente a la unificación de la ex RDA.
II. LA UNIÓN MONETARIA
La piedra angular del Tratado de Maastrich es, sin duda alguna, el proyecto de la unión monetaria. La raíz histórica de las disposiciones que se encuentran en el Tratado, es lo que conocemos como llamado Informe del Comité Delors. Dicho comité compuesto, casi exclusivamente, por banqueros, llegó a la conclusión —no excesivamente sorpresiva ni sorprendente— de que un banco central supranacional, independiente del poder dirigido por funcionarios escasamente amovibles debería ser la base, y casi el único fundamento, de la Europa unida. Este informe está influenciado de una manera determinante por la ideología predominante en el Bundesbank que, abusivamente, se irroga el honor de los éxitos de la lucha anti inflacionista de Alemania; éxitos que se basan mucho más en factores institucionales tales como mecanismos de negociación colectiva entre fuerzas sociales, y esto no sólo en lo que se refiere a salarios y condiciones de trabajo, sino en un sentido que trasciende la política industrial y tecnológica.
El ex comisario de la Comunidad Edgar Pisani calificó el tratado de anti-estatal, antisocial, ultra-liberal, contrario a la construcción de la democracia e inhumano. Finalmente, lo apostilló de apolítico. Más bien cabría calificarlo de apolitizante, ya que tiende a eximir a los Estados de responsabilidad, transfiriendo ésta a la operación impersonal de las fuerzas del mercado.
El Banco Central Europeo, culminación de la segunda fase de unión monetaria, deriva su esquema funcional y sus estructuras y principios del Bundesbank, vía Informe Delors. Recordemos que mientras los aspectos sociales o regionales del tratado son, hoy por hoy, poco más que una lista de buenas intenciones dependientes a los presupuestos, las disposiciones del tratado definen ya unas instituciones determinadas, un modus operandi de estas y unas condiciones arbitrariamente cuantificadas para poder acceder al círculo de los escogidos. En los aledaños de su centro monetarista, el tratado contiene elementos positivos que le abrieron con éxito el camino a un amplio sector de la opinión pública.
No hace falta ser experto en economía para darse cuenta de que este enfoque corresponde a la ideología ultraliberal Reagan-Thatcher que llevó al Reino Unido a una situación tan crítica como la vivida a finales del siglo XX. Incluso un ala populista del Partido Conservador empezó a rechazarla y generó en los EEUU una depresión silenciosa que supuso una caída de los ingresos familiares reales del ochenta por cien (que dura desde 1973) y una escandalosa redistribución de los frutos de una feble expansión en el cinco por cien más rico de la población. Como señaló J.G. Smith en su libro Full Employment in the 1990s, el Informe Delors está demasiado influenciado por las posiciones del Bundesbank y es una resaca de la obsesiva borrachera monetarista que supone una renuncia explicita al objetivo de alcanzar el pleno empleo. Su dogma básico es el de creer que porque existe (¡y no siempre!) una correlación entre oferta monetaria y evolución de los precios, la inflación es una consecuencia de los niveles de oferta monetaria. Como señaló Wynne Godley, tras estas ideas está la creencia de que las economías modernas son sistemas autorregulados, que tienden al equilibrio y que no necesitan ser dirigidos.
Las ideas monetaristas se mantienen contra viento y marea, de poco sirvió que la OCDE escribiese en un informe reciente (Perspectivas Económicas, diciembre 1991): En muchos países la relación estable esperada (sic. ¿por quiénes?) entre crecimiento nominal del PNB y base monetaria no tuvo lugar. De poco nos sirve lo que el gran economista francés Malinvaud —padre del concepto de paro clásico— nos haga saber, con una honradez poco frecuente en la profesión, que según sus propios estudios empíricos posteriores su paro no cubre ni tan siquiera una quinta parte del paro existente. De poco nos sirve que en un estudio muy conocido, el Banco de Inglaterra descubriera las manipulaciones realizadas por Milton Friedman en su base de datos; de poco nos sirve que infinidad de estudios nos mostraran la inestabilidad de la velocidad de circulación del dinero preterida por nuestros ínclitos monetaristas.
De poco nos sirve que se admita que la inventiva de nuevos instrumentos financieros haga necesaria una revisión constante de los conceptos de la base monetaria; de poco nos sirve recomendar a nuestros ilustres colegas la lectura del genial Azote del Monetarismo, de mi admirable maestro N. Kaldor, del libro de L. Randall Wray Money and Credit in Capitalist Economies; vosotros economistas monetaristas permanecéis inmóviles, incólumes, impertérritos, tan tiesos como vuestra querida línea de oferta monetaria, verticalistas hasta la muerte. Es que el monetarismo es aún más que un culto, una fe, y como decía el catecismo de Astete «Fe es creer en lo que no vemos».
La Europa monetaria es, por las disposiciones institucionales que la constituyen, una Europa monetarista.
En Maastricht se plasmó un decidido deseo de imbricar en establecimiento de instituciones con la continuidad de una política económica monetarista. Maastricht es el propósito de congelar, de cristalizar institucionalmente un monetarismo que siente que
soplan vientos adversos y que aspira a sobrevivir enquistado en la espera de tiempo propicio. Que esto puede suceder es particularmente desafortunado para Europa, no sólo por las consecuencias que trae de desindustrialización, paro, retraso tecnológico, pérdida de capacidad productiva y oportunidades de crecimiento económico etc., sino también porque dicha operación se producirá en un momento en el que los EEUU y Japón reviertan la política de estímulo de corte neokeynesiano. Pero en este campo como en otros los sacrificios han de ser repartidos de manera muy desigual. Los rígidos criterios de convergencia ya están dando lugar a una política de deflación competitiva entre países miembros que no quieren perder el tren y candidatos (planes Amato de Italia, Mitsotakis, Solchaga de España, políticas restrictivas en Suecia, Austria etc,…).
En el susodicho libro de J.G. Smith se hace referencia a estudios que evalúan (en términos de empleo potencial perdido) los costes de la política de convergencia en Francia en 700.000 puestos de trabajo para el período de 1983-1985; en el caso de Italia, la estimación casi alcanza la cifra del millón. ¿Realizamos en nuestro país algún cálculo de este tipo? ¿Podemos pensar que tendremos que pagar menos que Italia?
Parece evidente que las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa. Los círculos viciosos de la deflación competitiva se hacen cada vez más amenazadores y serán mucho más graves cuando se pierda la capacidad de fijar el tipo de cambio. Como señalaban los técnicos del Ministerio de Hacienda francés, D. Bureau y P. Champsaur, el problema más serio planteado por la unión monetaria es el de saber si la flexibilidad de los mercados de trabajo será suficiente para compensar la pérdida de la fijación del tipo de cambio como instrumento de política macroeconómica. En una línea similar, M. Feldstein advertía (en un artículo publicado por The Economist, de junio de 1992) que al no avanzar en una operación federalista, polarizaría peligrosamente las diferencias de ingresos y bienestar. Un análisis de las cifras relativas a los fondos estructurales y de cohesión (de 57% y de 72% respectivamente desde 1992 a 1997) mostraban lo exiguo de las cifras propuestas, en aumento porcentual pero insuficientes si se comparan con las que serían necesarias para evitar un agravamiento de los problemas de empleo en los países más vulnerables.
III. EL FRACASO DE LA EUROPA SOCIAL Y LA AUSENCIA DE POLÍTICA INDUSTRIAL
La Europa social no pudo alcanzar el acuerdo de los doce y el único progreso pírrico alcanzando fue la superación del veto británico y la aceptación del principio de votación por mayoría calificada. El retraso de la dimensión social sobre la economía se puso en evidencia por la endeblez de lo alcanzado en Maastricht, muy por bajo del poco ambicioso Plan Marín. En lo tocante a aspiraciones en el ámbito social, el Tratado de
Maastricht representa una regresión respecto al Tratado de Roma de 1957, pues mientras este proponía promover la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores, que permitan alcanzar su igualdad por la vía del progreso (art.117) en el nuevo Tratado, el término igualdad se cambia por el francés amelioration (mejora) y por el ambiguo español equiparación. El Tratado insiste en que las decisiones sean tomadas del modo más próximo posible a los ciudadanos pero el objetivo es pura retórica. Las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa.
Las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa.
La Europa de la Unión es una Europa de los Estados, no de los pueblos, pero dentro de una Europa de Estados, es una Europa del poder ejecutivo de los respectivos Estados. El Consejo (es decir, el aerópago de primeros ministros y jefes de Estado) sigue siendo, como en el pasado el órgano clave y supremo de decisión. El llamado poder de investidura del Parlamento sobre la Comisión y su presidente es ceremonial e intrascendente. El poder de enmienda del Parlamento no merece tal título estando de hecho limitado a doce campos que, con exclusión del de Medio Ambiente, se caracterizan por su intrascendencia. Más ridículo todavía es el llamado poder de iniciativa que como bien dice J. Raux es un mero poder de iniciar una iniciativa, es decir, de pedir a la Comisión que traslade al omnipotente Consejo una inquietud surgida en el Parlamento.
En el Tratado, la ausencia de una política industrial viene reflejada en el único y breve artículo dedicado al tema Industria, espejo de una política de liberalismo sectario que no resiste la menor comparación con las estrategias seguidas por Japón y los Dragones Asiáticos y puede que dentro de poco, por Estados Unidos.
El Tratado es confuso y ambiguo. No supo optar entre la lógica de la cooperación (entre Estados) y la de la integración (realmente comunitaria) y se decidió en muchos casos por un término que a nadie le conviene ni convence. De la misma manera va por un camino de profundización (parcial y desequilibrado) dando la espalda a una opción de extensión hacia a países históricamente europeos, ex miembros del bloque socialista.
El Tratado perdió una vez más la oportunidad de empezar a configurar una Europa de los Pueblos. Esto resulta particularmente flagrante y lamentable en el ámbito cultural. Hubiera sido apropiado que nuestros gobernantes y eminentes miembros de la familia real, como Juan Carlos de Borbón, hubiesen leído detenidamente el art. 128 del Tratado que afirma que la Comunidad contribuirá al florecimiento de la cultura de los estados
miembros dentro del respeto a su diversidad nacional y regional....
¿No sería mejor hablar de cultura de los pueblos (y no de los Estados) como el mismo artículo señala al decir historia de los pueblos europeos? Si hacemos del Estado el actor privilegiado de la política cultural, corremos el riesgo de apoyar nacionalismos que reivindiquen un Estado propio e independiente. Particularmente lamentable y ridículo es el poder de emitir dictámenes, conferido en el Tratado, al ornamental Comité de la Regiones donde sus representantes son nombrados a propuesta de los Estados por el Consejo y no mediante consulta popular (art.198.A del Tratado).
El Tratado fue el fruto desafortunado, contradictorio y mal construido de un miedo a que la unificación de Alemania empezara a ejercer una acción hegemónica sobre una Europa Unida inconclusa. El resultado fue claro y manifiesto en el lamentable rigodón que va de la declaración de Oslo de no renegociación, a la inconclusa renegociación de Edimburgo, muy favorable para Alemania, Reino Unido y Dinamarca, pero no mucho para los países endebles de la Unión como España.
Antes de concluir, volvamos a dos aspectos del Tratado que en sí mismos justificarían una reflexión más extensa y detallada. El primero se refiere a la ausencia en el Tratado de una política industrial. Esto viene reflejado en el único y breve artículo dedicado a Industria, claro reflejo de una política de liberalismo sectario que está llevando a Europa hacia niveles crecientes de paro y hacia una posición de desventaja comparativa frente a otros centros de poder económico mundiales. Digan lo que digan los ideólogos de la sociedad postindustrial, el sector industrial es, y seguirá siendo clave del desenvolvimiento económico. Como dicen ciertos economistas americanos: manufacturing matters. El segundo aspecto es de carácter más general, de ética política, casi de alcance filosófico, y aparece expresado en los arts. 123 al 127 del Tratado. En ellos se afirma la necesidad de facilitar a los trabajadores su adaptación a las transformaciones industriales y a los cambios de los sistemas de producción. La filosofía es clara: la sociedad y el hombre deben de adaptarse a los cambios del sistema de producción y no la inversa: adaptar el sistema de producción a las necesidades de una sociedad que genere un hombre y no un robot.
Nunca se interrogó a los firmantes del Tratado sobre la procedencia de cambios en el sistema de producción.
Posiblemente fuese debido a un reflejo de modestia: no se consideraban teólogos y estimar que lo que procede de alguna divinidad exógena y desconocida (como por ejemplo el demiúrgico mercado) debe de ser excluido del área de sus competencias.
Ocurre aquí como con las tormentas monetarias, no sabemos de dónde vienen, son como los helicópteros de Milton Friedman que hacen llover desde el cielo billetes de banco para probar lo exacto de su tesis. De todos modos algo nos dicen los arts. 123 al 127 del Tratado de lo que es la economía social de mercado y de lo que pueden esperar de ellas los
integrantes del ejército de reserva del trabajo: cursillos de formación profesional y políticas de adaptación.
En conclusión diremos que el nuevo Tratado de la Unión Europea impone a sus miembros más endebles unos sacrificios exorbitantes, injustos e insostenibles.
El nuevo Tratado de la Unión Europea impone a sus miembros más endebles unos sacrificios exorbitantes, injustos e insostenibles. Debería ser modificado en sustancia, incluso si esto impusiera una opción federal. Mientras esto no suceda debemos decir:
¡No a Maastricht!

José Fernando Pérez Oya. B.A.-M.A. por la Universidad de Oxford.
Ex Funcionario Economista de la ONU
Experto en Política Económica de Ciencia y Tecnología DIT-CEPE
Publicado este artículo en ANALISE EMPRESARIAL, nº 79  (En gallego).
Septiembre-diciembre 1992 
     
El 25 de febrero de este año se publicó en la New York Review un interesante artículo firmado por Elizabeth Drew que realiza una crítica de 5 libros que trata del deterioro de las infraestructuras existentes en EE. UU. Los libros mencionados por Drew fueron escritos por 4  autores individuales: Jonathan Waldman, Rosabeth Moss Kanter, Henry Petroski, Ted Koppel y un colectivo titulado la «Sociedad Americana de Ingenieros Civiles» en inglés, American Association of Civil Engineers (ASCE). En todos estos libros se percibe el fracaso total de las instituciones políticas para invertir en algo que no tenga beneficios a corto plazo, lo que resulta en que el país que se supone que es el más rico del mundo no se acerca a los que tienen una mejor infraestructura. No vamos a entrar en comparaciones extremas, por ejemplo, el servicio de algún tren en Japón que logra por un sistema de electromagnetismo que el tren se eleve sobre los raíles y puede alcanzar una velocidad de 590 km/h pero sin llegar a eses extremos tenemos en nuestro país el AVE comparable al que utilizan los franceses. Todo esto indica que la ASCE le otorga a la sociedad americana en su conjunto una calificación de D+ [1] y ningún sector de la infraestructura de este país ha recibido la mejor nota, que es A. En 2013, ya se suponía que uno de cada nueve puentes era deficiente estructuralmente y que la edad media de los puentes tenía más de 42 años, siendo así que el 30 % de los puentes han excedido la vida útil programada. ASCE afirma que las necesidades de apoyo a la infraestructura estadounidense alcanzarán en el año 2020 trillones, en términos estadounidenses; en el sistema decimal europeo (1012). Muchos recordamos que, en agosto de 2007, durante la hora punta de la tarde el puente sobre el río Mississippi se derrumbó, causó la muerte de 13 personas y 145 personas resultaron heridas. El informe de ASCE afirma que uno de cada nueve puentes no cumplía unas condiciones mínimas de seguridad y que la edad media de los 607 380 puentes rondaba los 42 años, siendo así que la administración federal de transportes, Federal Highway Administration, considera más del 30 % de los puentes existentes han excedido su vida programada. La misma institución señala que para gozar de puentes seguros en 2028 el gobierno necesitaría invertir 20 500 millones, que es más del doble de lo que se está invirtiendo. En cuanto a la aviación, el costo de los atrasos por una congestión excesiva en 2012 fue enorme y los canales no han sido renovados desde los años  50. Con relación a los puertos también existen retrasos, sobre todo por falta de coordinación entre las autoridades locales y federales. Las autovías están excesivamente congestionadas y eso conlleva pérdidas considerables tanto de gastos de combustible como disparatadas esperas. Aunque se ha publicado una ley sobre las autovías, esta es insuficiente y continuarán estando excesivamente congestionadas. Finalmente, el bajo nivel de inversiones federales para arreglar la red eléctrica ha provocado una cantidad cada vez más elevada de interrupciones de la energía eléctrica y otros fracasos que han llevado a que este sector reciba tan solo una calificación de D+. Las medidas recientemente tomadas por el congreso para gastar 305 000 millones durante cinco años para restaurar edificios, carreteras, puentes y sistemas de transporte colectivo, indican las enormes dificultades de encontrar maneras de financiar proyectos infraestructurales, lo que también viene agravado por el bajo precio de la gasolina y los impuestos derivados de esta.  

La administración del presidente Obama ha tratado de lograr acuerdos públicos y privados pero no ha contado con la aprobación necesaria del parlamento y las interrupciones de electricidad desde las columnas de la red eléctrica han también constituido un desastre permanente.

Aparte de estos sectores, Cooper  resalta la debilidad del país en un libro, que analiza la posibilidad de un ataque cibernético que haría que gran parte de la infraestructura del estado fuese dañada y ser incapaz de dar una respuesta. Sin embargo, algunas instituciones como la Homeland Security son más optimistas y creen que una parte de la infraestructura más importante para defensa del país podría resistir.

Los intentos de estímulo del presidente Obama han continuado y tan recientemente como en el 2009 firmó una ley, American Recovery and Investment Act, que aprobaba 800 000 millones de dólares para afrontar estos temas.

El presidente Obama ha continuado a promover inversiones mayores en gastos infraestructurales y este mismo año (2016) solicitó unos créditos 478 miles de millones de dólares para gastos de infraestructura sobre todo en el sector de transportes.

Desgraciadamente muchos republicanos y algunos congresistas demócratas se opusieron a la ley por no querer ser tachados de gastadores. En este mismo año 2016 ha continuado solicitando gastos muy importantes para detener el deterioro de las infraestructuras.

En un artículo reciente titulado en inglés “El crecimiento disminuye debido a la inacción”, Eduardo Porter señala que el periodo de una recuperación después de las últimas recesiones se ha ido haciendo cada vez más lento, lo cual ha dado lugar a unas tasas de crecimiento del PNB cada vez más débiles haciéndose la pregunta básica sobre cómo van a tratar de resolver este problema del estancamiento a largo plazo los candidatos a ser presidentes de EE. UU. a partir de su nombramiento el próximo noviembre. Porter señala que a pesar de que existen situaciones demográficas que actúan negativamente para   recuperar mayores tasas de crecimiento que permitirían un aumento mediante una recuperación en el empleo y de las infraestructuras, que favorecería un importante empuje para la productividad.

La situación actual en EE. UU. contrasta con la recuperación iniciada por las políticas de Franklin Roosevelt anteriores a nuestra Segunda Guerra Mundial mediante acciones con la TVA (Tennessee Valley Authority), administración responsable del valle del Tennessee y la WPA (Works Progress Administration). Mediante estas iniciativas y otras se recuperaron el empleo millones de trabajadores y se consiguió una restructuración de la infraestructura pública del país.

En esta tesitura tenemos que fijar nuestra atención en la posición que representan los candidatos a ser presidentes a partir del próximo noviembre. Hillary Clinton ha propuesto unas inversiones de 275.000 millones que se extenderían durante 5 años para invertirlos en carreteras, puentes, servicios informáticos de banda ancha, transporte público, aeropuertos, trenes de transporte y sistemas de mejora del agua. Este programa puede calificarse de modesto comparándolo con las necesidades reales de la infraestructura. Su compañero de partido Bernie Sanders está promoviendo un programa que presupone gastos de 1 billón de dólares sobre los próximos 5 años, que algunos seguidores de Clinton consideran que puede ser excesivamente caro. No obstante, el plan de Clinton ha ganado el apoyo de varios sindicatos muy importantes, como el de Unión Internacional de Trabajadores (LIU) y el Sindicato de la Hermandad de carpinteros y constructores (UBC). Algunos observadores han reprochado el programa de Mrs. Clinton de eludir hacer un análisis de cómo afrontar estos gastos. Algunos analistas piensan que su programa infraestructural se puede hacer con reformas impositivas sobre las grandes corporaciones y piensan que se podría lograr mediante una amnistía de sus impuestos el que estas compañías aceptaran el repatriar los beneficios logrados en el extranjero. El problema de esta posible repatriación es que aún tiene que lograr una aprobación parlamentaria y tendría que formar parte de una ley de reforma presupuestaria más amplia y que como dice Elizabeth Drew  no sabemos sí o cuando  será llevada a cabo.  A pesar de todas estas dificultades Mrs. Clinton sugiere, según lo ha tratado de hacer Obama, la creación de un banco de inversiones que utilizaría nuevos mecanismos para financiar ese estímulo.

En mi opinión  el clima general político de los EE. UU. está cambiando de modo importante y resulta sorprendente ver como uno de los más importantes candidatos a la presidencia Bernie Sanders se declara públicamente socialista; cuando hace pocos años esta declaración le alienaría el apoyo de muchísimos votantes. En línea con lo anterior nos parece que muchos estadounidenses que subscribían el mito de que todos los individuos, cualesquiera que fuera su clase social, podían aspirar a una posición social relevante, hoy ya no lo admiten.

A mis lectores les habrá causado sorpresa el que no haya hecho ningún comentario sobre el candidato republicano Donald Trump. Si no lo he hecho es porque es muy difícil adscribir a este candidato posiciones que se repitan y que no entre en  contradicción con ellos mismos, tal como señalan Ronald B.Rapoport, Alan I. Abramowitz and Walter J. Stone (fuente: The New York Review of Books 23 jun. 2016). Como estos comentaristas señalan muchos comentadores les ha sorprendido el éxito de D. Trump en las primarias de su partido republicano y sobre todo “de su capacidad para tomar posiciones extremas y utilizar una dura retorica”. Recientemente hemos tenido noticias de que ha renunciado a decir palabras mal sonantes en sus discursos. Entre sus declaraciones más extremistas están lo que ha afirmado reiteradamente sobre los inmigrantes mexicanos y sus declaraciones contrarias a los musulmanes que llegan a prohibir que los musulmanes entren en los Estados Unidos, en todos estos problemas una enorme mayoría de los posibles votantes republicanos apoya sus posiciones, por ejemplo, 73% para impedir que los musulmanes entren en el país, 90% identificando y expulsando a los inmigrantes ilegales y 85% de acuerdo con edificar un muro de protección en la frontera con México, etc. A mi modo de ver una improbable victoria de Trump sería un problema grave no solo por las medidas políticas y económicas que podía tomar en EE.UU. sino también por una agresiva y cambiante política exterior hacia otras potencias (como Rusia o China).

 Llegados a este punto me parece justa la opinión de Elizabeth Drew a favor de una iniciativa estadounidense para reconstruir la infraestructura del país, ya que esto conduciría a una mejoría de la condición tísica de sus habitantes, contribuiría a crear puestos de trabajo un sector de la clase media que ha sido la más perjudicada por la rescisión y que también podría contribuir a que las diferencias de ingresos no siguieran creciendo o incluso disminuyeran. En contra de esta opinión hay quienes creen que el deterioro de las infraestructuras del país no ha sido lo suficientemente grande para provocar un cambio capaz de alterar las opiniones políticas de una mayoría muy extensa de ciudadanos.

En estos momentos ha tenido una importancia, a mi modo de ver desmesurada, el BREXIT, o sea la decisión tomada por el parlamento del Reino Unido para desvincular el Reino Unido de otros países de la Unión Europea, que sumarian solamente 17 países. La rápida reacción de muchas bolsas internacionales ya ha empezado a moderarse y se subraya que para diseñar un acuerdo con el resto de la UE, existe un plazo de 2 años. Como señala Francis Fitz Gibbon, el principal problema corresponde a causas jurídicas muy complejas, puesto que muchas legislaciones y tratados de la UE están parcial o totalmente incorporados en la jurisprudencia del Reino Unido. Muchas de estas normas incorporaban reglamentaciones relativas a la competición, la política comercial, el transporte, el medio ambiente, ciertos elementos de políticas sociales, ciertas políticas sobre la comunicación la vulneración o protección de la privacidad (como la no transmisión de metadatos), pero afortunadamente no de la mayoría de las políticas monetarias, puesto que el Reino Unido había mantenido la Libra Esterlina y no se había incorporado al Euro. Muchas de estas medidas podían abrir un periodo de reflexión para otros países europeos sea para incorporarse a la Unión Europea o retirarse de ella.  Entre ellos podemos destacar las opciones incorporadas en el tratado llamado Area Económica Europea, en los que están en estos momentos Noruega, Lichtenstein e Islandia, que incorporan muchas normas, pero no tienen voz deliberativa o bien, en una nueva Area de Libre Comercio, como es el caso de Suiza. Incluso, en ciertas áreas de derechos humanos podían existir coincidencias con ciertas normas del Consejo de Europa en las que participan “no de modo muy brillante” Rusia, Ucrania y Turquía. La descripción de estos datos aparece muy claramente en un libro de 2004, (que ha sido posteriormente reeditado) cuyos autores son:  Richard Baldwin y Chartes Wyplosz: “The Economics of European Integration”. El  EMS (Sistema Monetario Europeo) tanto en su primera versión 1975-85 como en la segunda era infinitamente más flexible  que todas las disposiciones derivadas de los tratados de Maastricht y Lisboa que no permiten una combinación de realizar cambios entre las monedas, que sean a la vez estables, dentro de ciertos límites, y otras veces flotantes para restaurar la capacidad competitiva de los países  deficitarios o excedentarios. Las ideas de Keynes y sus “Bancor” parecen haber tenido influencia en el diseño del EMS.

A mi modo de ver, el problema principal de la economía y sociedad a nivel mundial, se refiere a la posibilidad de que el mundo y sobre todo los países desarrollados entren en una larga era de estancamiento. En un reciente número de la revista Foreign Affairs, marzo 2016, se han escrito 8 artículos sobre el tema del estancamiento. Entre ellos destacamos por su importancia política el artículo de Lawrence H Summers que atribuye  una época de estancamiento un aumento en la propensión al ahorro y una disminución de la propensión a la inversión y asunción de riesgos. El ahorro creciente actúa como un freno a la infracción y la falta de un equilibrio entre ahorro e inversión hace bajar el tipo de interés hacia un 0 que no produce ningún estímulo. Para Summers, el problema principal es la desvinculación del tipo de interés “natural” que causa un equilibrio entre ahorro e inversión.  Según este autor este tipo de interés natural es hoy demasiado bajo lo que da lugar a un “equilibrio de bajo empleo” así pues, la principal dificultad para una economía moderna e industrial radica en el lado de la demanda y no en la oferta; esto es de una demanda solvente y efectiva y no de costos excesivos principalmente costos salariales. No podemos entrar aquí en un amplio debate que se desarrolla entre Summers, Robert G. Gordon, que insiste en la importancia de la oferta y de K. Rogoff que insiste en un ciclo financiero que produce deudas excesivas. Este debate ha sido comentado en 2013 por el IMF que señala que constituye una parte muy importante de los debates entre los economistas. Personalmente me sumo al enfoque  brindado por la revista Monthy Review que ha publicado desde los años 1940 más de 300 artículos sobre el tema del estancamiento. Entre las muchas contribuciones queremos destacar las de Paul A. Baran, Paul M. Sweezy, Harry Magdoff, John Bellamy Foster, Robert W. McChesney y otros.  Recientemente (enero 2016) queremos destacar de Prabhat Patnaik del Centro de Estudios de la Universidad de  J. Nehru que nos alerta sobre una guerra competitiva de valutas que acentuarían las tendencias deflacionistas   y  nos alerta de la incompatibilidad de la democracia y el capitalismo y la continuación imperialista de la transferencias de los excedentes de valor desde los países pobres a los ricos. Muy próxima a los comentaristas anteriores es David Kotz que fue uno de los pocos economistas que predijeron la última crisis, señalando que no es la consecuencia de un pánico financiero sino una crisis estructural del capitalismo del libre mercado.  En contra de los autores Monthly Review, trata de firmar que las políticas de mercado libre fueron capaces de producir una serie de expansiones económicas largas aunque poco dinámicas conectadas entre sí por períodos de recesión relativamente breves y una tasa de inflación muy débil. Esto creó la impresión de una “gran moderación”  pero en el fondo las políticas tienen como base la conservación del modelo capitalista. Krugman se ha sumado a las discusiones sobre el  estancamiento y su aparente atenuación debido a las burbujas y el sector financiero. Aunque los problemas económicos de la Unión Europea son muy diferentes debido al tratado de Mastricht y Lisboa el último número de la revista Economie Politique (abril 1916), Aglietta, Nathacha Valla, André Grjbin, nos advertían que como había dicho Kaldor en 1971, es muy peligroso creer que unión monetaria y económica puede preceder a una unión política. Desgraciadamente el país más importante de la UE (Alemania), tiene unos intereses nacionales muy divergentes de otros miembros (sobre todo los más pobres dentro de la UE) y sobre todo porque Alemania se adhiere a unas políticas mercantilísticas y una ideología que aboga por unas políticas que se ajustan al mercado lo que Angela Merkel llama “Democracia ajustada al mercado”.  Desgraciadamente en mundo actual no parece existir un sujeto histórico que se oponga  a las políticas de austeridad, dado que como Peter Mair señala, no existe entre los lectores una capacidad para huir de reglas abstractas parciales y tomar decisiones eficaces y conjuntas. El mismo autor nos señala que las élites egoístas hoy en día en el poder, propongan una globalización que se encarne en instituciones alejadas de la democracia y apoyada sobre lo que algunos expertos siguiendo a  Minsky llaman una falsa Tecnocracia. Un reciente libro de Lisa Duggan titulado “The twilight of equality” se explican con gran detalle todas las tendencias que está sufriendo la mayoría de la población.
Estas últimas tendencias nos hacen recordar al gran poeta Machado cuando nos decía la esperanza es una consecuencia de la capacidad de acción y no como muchos suponen al revés.
J. Perez Oya - Vigo





[1] Las calificaciones en los EE. UU. van desde A+ hasta F-, por ejemplo,  aviación D, puentes C+, canales D-,  puertos C, ferrocarriles C+, carreteras D, transporte colectivo D, escuelas D, desperdicios peligrosos D,  agua potable D, etc. Ningún sector recibió la calificación A.

jueves, 12 de noviembre de 2015

“EL EURO; De salida ,sí.”

REFLEXIÓ RADICAL: “EL EURO; De salida ,sí.” Me permito, por haber sido uno de los escasos economistas que se opusieron públicamente en España al tratado de Maastricht, (En la revista gallega “Análise Empresarial Primeros meses de 2004) el ofrecer unas pequeñas reflexiones sobre nuestra economía y una posible, pero difícil salida por parte de un débil, pusilánime gobierno, y doblegado a la vergonzosa sumisión de nuestra soberanía a los dictados de política económica dictados por las instituciones de una U.E. dominada por una dogmática reaccionaria y dominante actitud alemana, refrendada por otras naciones. El dominio de una ideología neoliberal y de una política económica en ella inspirada ha obligado a nuestro país a introducir unas injustas y deflacionistas medidas fiscales que gravan seriamente el bienestar de la mayoría de la población y que impedirán o retrasaran gravemente la recuperación de nuestra economía. 
La situación mundial del balance ideológico y económico suscita hoy en muchos países una desconcertada opinión pública porque el descrédito de las teorizaciones monetaristas, de las “expectativas racionales”, y otras que han venido estructurando el discurso neoconservador aparecen hoy discursivamente gastadas pero, paradójicamente, su poder social, sobre todo en Europa, se incrementa trágicamente, imponiendo un lejano e hipotético ajuste a través del doloroso incremento del marxista “ejército de reserva” o sea el de unos atemorizados parados o amenazados empleados, muy debilitados y por tanto más proclives a aceptar el falso estímulo de unos bajos salarios conducentes a hipotéticos mayores beneficios y renovadas inversiones. No se nos habla apenas de economía de la oferta pero se destruyen los estímulos a la demanda total agitando el miedo al déficit fiscal. Para justificar la tremenda y valerosa propuesta de una posible salida del Euro, conviene hacer un muy somero balance de las ventajas e inconvenientes que se han derivado de la adopción de esta medida por España, si bien no todo es cuantificable. Para respetar cierto criterio de ecuanimidad he tomado ciertos argumentos en pro de la moneda única del reciente, e interesante aunque conservador libro de David Marsh. “The Euro” (Yale U.P. 200). Varias veces Marsh nos señala la imposibilidad de deslindar los efectos beneficiosos de la introducción del Euro con las consecuencias negativas que han tenido ciertas medidas de alcance mundial vinculadas a las políticas globalizadoras. Por ejemplo: sin la creciente movilidad de los flujos de capital, las actividades de los bancos centrales de las economías emergentes, la actuación de los fondos soberanos, etc. 
Los EE.UU. no hubieran sido capaces de financiar una desorbitada expansión consumista, reflejada en sus crecientes déficits. En cuanto a ciertos países europeos “particularmente dinámicos” (Informe de la OECD, Otoño 2007) como España se consiguió un notable abaratamiento de la financiación del déficit de su balanza de pagos al permitir que los intereses de su deuda con el exterior fuesen realizados a un tipo de interés bajo, favorecido entonces por el BCE y Alemania. Otra ventaja mencionada profusamente fue la del efecto de frenar la inflación de los que países que accedieron al Euro. Esta aserción la rebate el mismo Marsh al atribuirla a otras medidas relacionadas con la globalización más que los el Euro señalando los ejemplos “a contrario” del Reino Unido Suecia y Noruega y el hecho de que la inflación anterior a la ruptura de Bretton Woods era apenas superior a la posterior al Euro. Llegados a este punto nos podemos preguntar si la diferencial del interés que hubiera tenido que pagar el gobierno de España hubiese sido muy alta. Mi opinión es que la diferencia no hubiese sido muy grande al elegir un conjunto variado de divisas internacionales en las que estuviese denominada la deuda exterior; por otra parte no olvidemos que esta representa solo parte, aunque importante, de la deuda del estado que en gran medida es sustentada por fuentes interiores, menos susceptibles a los factores externos. 
Debemos de recordar que la entrada de España en el Euro, y anteriormente en la filosofía y práctica política neoconservadora encarnada en Maastricht (y continuada en Lisboa) acarreó serias pérdidas en muchos sectores industriales de España (cono por ejemplo gran parte del sector naval) que se vieron abocados a aceptar un desarme arancelario excesivamente rápido. Una lectura de recientes declaraciones de nuestro conservador Banco Central y su insistencia en que los bajos tipos de interés abarataron la deuda (que creció desmesuradamente) en nuestro país deberán de ser matizadas recordando que pocos sectores se aprovecharon de los créditos disponible para desarrollar sectores de alto valor añadido o destinados a favorecer un aumento de la productividad. Como parece olvidar el Sr. Fernández Ordoñez la parte del león consistió en lo que todos llamamos el sector del ladrillo. El éxito del gobierno de entonces consistió en producir una burbuja especulativa de proporciones gigantescas y un aumento masivo de un empleo poco productivo. Aun hoy día siguen (desde el P.P.) vanagloriándose de esto. El monstruoso aumento de unas existencias de inmuebles (invendidos en gran parte) el incremento del paro se debe a las ciegas políticas de sometimiento a los caprichos de un mercado que no hubiesen sido posibles bajo una cautela mínima de lo que se conocía, ya hace tiempo como planificación indicativa sobre un desatado sector financiero. Estas “existencias” no absorbibles durante mucho tiempo sirven como armas para hacer capitular a ciertos políticos poco afines, a la par que para debilitar las capacidades compensadoras de los poderes sociales de los trabajadores. Ello facilitará el deseado ajuste del inmediato costo laboral mediante, (como ocurrió en Alemania) una rápida bajada de los salarios reales. 
Quisiéramos al fin de mi artículo subrayar dos fracasos sociales mayores de las políticas neoliberales que se están agudizando a nivel mundial y sobre todo en Europa y recordar el desastre y la miseria que estas políticas ya han causado en los Estados Bálticos. La primera viene bien ejemplarizada por una declaración del Canciller alemán Kohl que antes de la firma del Tratado de Maastricht señalaba que la introducción de una unificación monetaria sin avanzar en una unión política sería como “construir castillos en el aire” considerando que una política que no tuviese en cuenta una solidaridad social entre países y entre las clases en cada país uno estaría abocada al fracaso. La segunda observación, estrechamente relacionada con la anterior, es la de que el fracaso institucional de una adecuada integración de la política fiscal con la monetaria conduciría, como ya ha sucedido, a un fracaso redistributivo entre y dentro de cada país, como consecuencia de políticas comunes a la U.E. A estas consideraciones debe de añadirse el carácter hegemónico de las políticas propiciadas desde una Alemania que impone medidas de ajuste sobre los países más débiles de la U.E. con escasa o nula consideración de su situación. Si al comienzo de 2004 nos manifestamos contra el neoliberalismo, un keynesianismo de guerra y unas tendencias peligrosas gritando: ¡No a Maastricht!, hoy debemos de decir: ¡No al Euro y a las reaccionarias políticas de la U.E.! Una somera consideración de un balance de costo-beneficio arrojaría (si fuese cuantificable) un saldo negativo para España. 
Debo finalmente expresar mi pesimismo; en esta coyuntura no existen fuerzas políticas ni mecanismos sociales que apoyarían a esta propuesta, ahogada como esta está por una avasalladora propaganda mediática que hace que se acepten de modo acrítico sacrificios por sectores sociales totalmente ajenos a las causa de la dramática situación actual. 

Firma José Fernando Pérez Oya. Economista M.A. por Oxford. Responsable, durante largos años del análisis económico de los países del Sur de Europa en la Comisión Económica para Europa de Naciones Unidas. 

Publicado en la revista gallega “Análise Empresarial Primeros meses de 2004 y publicado en la revista "A Nosa Terra" en 2010.  Vigo.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Carta a Gabilondo

Sr. I. Gabilondo Vigo.30-6-2005.
Distinguido Sr.:
Aunque mis comunicaciones anteriores (algunas muy críticas y algo irritadas) no merecieron por su parte respuesta alguna a este ocasional colaborador (en la TV de Madrid durante la 1ª “guerra del Golfo), me decido hoy a escribirle por un asunto que estimo grave y que, para que la información mejorase en nuestro país, necesitaría de su atención. Me refiero a su difusión del “pensamiento único” en economía, que transmiten sus expertos, Srs. de Guindos y Ontiveros. Tiene cada economista derecho a sus propias opiniones; ¡faltaría más!, pero lo que es lamentable es que se presente a una sola escuela de pensamiento como única y canónica. De ello es Vd., como a la noche su compañero Sr. Llamas, responsable. No debería Vd. tumbarse en los laureles que, según el índice de audiencia, le otorga la rival cadena COPE regida por un personajillo que he calificado públicamente de esquizofrénico resentido y cuyo nombre debería de permanecer alojado en alguna papelera de reciclaje. No, el asunto es más serio y para ello quiero sustanciar ciertos temas, aunque me temo no los ignore totalmente, por ser bastante obvios. Ahí van:

Los Srs. “expertos” son buenos fieles de un pensamiento ultraliberal, (aplicados discípulos de Hayek y Friedman) y partidarios acérrimos de un hipostasiado mercado cuyos pequeños desajustes son corregibles y conducirán, a la larga a un desarrollo universal y global que nos conducirá hacia una asintótica felicidad en la igualdad (de oportunidades), y a la libertad de una democracia “fukuyamesca”, dentro de una naturaleza reconciliada con un eternamente perfectible sistema. Apoyados por todo un aparato institucional universitario, ideológicamente y económicamente tributario de la “escuela dominante” en el “Imperio USA” , se nos quiere hacer creer que se nos dispensa un pensamiento científico, que por ser científico, es único. En una reciente conferencia nuestro común admirado Steiner se asombraba de que Marx se ignorase (entre los sociólogos y economistas) de nuestro Reino de las Españas; algo así como si en alguna escuela de psicología no se hablase de Freud. Sus expertos han seguido, como Brus y Laski, un camino de Marx al mercado, pero olvidando convenientemente el primer término del camino. No, Sr. Gabilondo y “sus” expertos, todo esto no es cierto. Para quien quiera saberlo ya en un alejado año 1991 Mair y Millar nos informaban en su libro: “A modern guide to economic thought” (Edward Elgar) de la existencia de, creo, siete escuelas de pensamiento económico. El olvidar las otras es un ejercicio de engaño, arrogancia, o demostración de ignorancia ideológica, como K. R. Hoover nos hacía recientemente ver. Las ideas de “sus” expertos han sido impugnadas desde hace tiempo. Recordemos, en cita no exhaustiva, los viejos libros de R. Villareal: “La contrarrevolución monetarista” (Océano 1983), el libro relativamente reciente de A. E. y A. F. Calcagno: “El universo neoliberal”, (Alianza, Buenos Aires 1995), los libros de Bernard Guerrien, los de Dumenil, de Husson de Sachs, de Harriberri. etc. Todos ignorados por un silencio de “omertá” del que Vd., de algún modo, participa. Pero hay más, incluso dentro de los que no rechazan el modelo capitalista encontramos libros, como el reciente de Bruno Amable: Les cinq capitalisms” cuyo subtítulo se refiere a la diversidad de los sistemas económicos y sociales del capitalismo. Claro que Amable hoy, como ayer Michel Albert, están contaminados por la “ignorada” y franchute (pronunciar con desprecio aznarino) escuela regulacionista; ¡vade retro Sátana!. Todo esto no tiene importancia pues, como nos informó el Sr. De Guindos (el 28-6-2005): “el mercado es un sistema autorregulador que acaba subsanando los descarríos de los políticos”. ¡Oremus!. No olvidemos que Hayek aceptaba en alguno de sus últimos escritos que era necesaria una comunidad de valores, puesto que aquellos eran necesarios para que se derivasen las consecuencias favorables de los comportamientos “espontáneos”.
Permítame, Sr. Gabilondo que termine este largo mamotreto epistolar con una anécdota personal. Mientras escuchaba el 28 a “su” experto, leía un sólido semanario conservador británico: “The Economist”. En el primero de los artículos de la página 87 se comentaba como el costo del “capital” (prestamos hipotecarios) parecía tener una relación inversa con lo que temían algunos ser denominado “factor racista”, y que en realidad era sencillamente nivel de ingreso. Pues bien ese sistema de mercado causa mayor desigualdad y menor movilidad social entre los ciudadanos del Imperio. Ejemplo de la sabiduría del mercado es, para algunos expertos, que al realizar esta relación inversa con el ingreso ello revela la sabiduría de la percepción del “riesgo”, en cuya sociedad dicen algunos filósofos que vivimos. Sobre el diagrama que acompaña al segundo artículo retengo mi impaciencia a la espera de las luminosas elucubraciones que nos brindarán “sus” expertos.

Le saluda muy cordialmente, pero como decía el poeta, sin esperanza pero con convencimiento:
José Fernando Pérez Oya.
(J. F. Pérez Oya ha sido funcionario internacional experto economista de Naciones Unidas de 1989 a 1998, vive parcialmente retirado en Vigo, es B. A. M. A Oxon. Su ultimo puesto en la CEPE ha sido la de evaluar las políticas económicas de ciencia y tecnología a nivel pan-europeo, es miembro fundador de EAEPE, miembro de URPE, la asociación de economistas socialistas, etc.)
Sr Gabilondo:Después de escuchar hoy la cadena SER y de no haber NUNCA recibido por su parte el menor acuse de recibo me permito, sin esperanza pero con covencimiento (como decía un poeta), poner en su conocimiento el siguiente hecho, que como en muchos anteriores alimentará su papelera.
El que le escribe es (entre otras cosaa) B.A.; M.A. Oxon y ha servido durante 32 años la Comisión Económica para Europa de Naciones Unidas. Su última asignación allí fue la de ser responsable del análisis (a nivel pan-européo) de las políticas de Ciencia y Tecnología. Al resegrar en el año 1989 a España se dirigió a más de 10 (diez) Universidades proponiendoles un curso sobre Economía y Ciencia y Tecnología. No tuve- como en anteriores misivas a Vd- más que un sepulcral silencio por respuesta. Medite algo sobre eso.
Naturalmente no me han desanimado ni Vd. ni  “su” Cadena y sigo en periodicos locales publicando mis reflexiones, la última está disponible (sobre las en EE.UU.) en www.igadi.org. No le acosejo que la lea.
A pesar de todo se despide respetuosamente José F. Pérez Oya.
Es evidente que un análisis que tratase de elucidar la influencia que juegan en Europa los factores socio-políticos, históricos, ideológicos e intencionales, configurando una acción convergente de diferentes intencionalidades encarnadas en actores sociales diferentes -incluso a veces enfrentados y frecuentemente no conscientes del posible resultado de sus acciones- no puede ser enfrentada más que por grandes y futuros historiadores. Sirva lo anterior para excusarme de la responsabilidad que me atañe por la insuficiencia, ignorancia y superficialidad de lo que sigue. Hace tiempo me impresionó positivamente la lectura de un estudio de H. Hein, T. Niechoj y otros sobre la esencia del capitalismo actual , guiado por el sector financiero, su funcionamiento en diferentes países, y de su impacto ideológico y de influencia en las decisiones en las instancias del poder socio-económico. Señalas los autores que el sector de elaboración de esquemas de la realidad desde el mundo de la educación y académico en Alemania ha olvidado, preterido o concedido poca importancia a los problemas macroeconómicos de la economía real enfrentados por Keynes. Como resultado las corrientes económicas críticas, centradas en una posible debilidad estructural de la demanda, han quedado silenciadas y los enfoques teóricos de la economía de la oferta y la exaltación casi religiosa de esta, del mercado, y la productividad han dominado hace largo tiempo. Debemos de reconocer que esta influencia ideológica nos ha causado cierta sorpresa ya que un mecanismo de keynesianismo bélico-bastardo de recuperación económica jugó un papel preponderante en los años del nazismo triunfante y de su política de “mendigar al vecino” plasmada en contratos comerciales depredadores de su entorno. La derrota bélica motivada por un imperialismo megalómano es posible que haya tenido una influencia importante en el olvido post bélico de las elaboraciones keynesianas. Es evidente que la ponderación real de las estructuras económicas, no siempre decantadas desde factores teórico-ideológicos, es de una superior importancia. Coincido con D. Coates en que la influencia desde las estructuras socio-económicas inspiradas en el corporativismo. Añado a lo anterior que la experiencia social, traumática e irracionalmente vengativa (como Keynes argumentara contra Churchill) de la devastadora superinflación (en el periodo que siguió a la primera guerra mundial de 1914-18) juega aun hoy día un papel considerable. Aunque las políticas globalizadoras han perfilado una confluencia entre los grandes actores económicos del globalizado sistema capitalista es claro que la articulación del sector financiero y la llamada “economía real” es en Alemania muy diferente a los países anglosajones. En el actual contexto internacional parece claro que estamos asistiendo a una creciente imbricación del poder político, financiero y de las grandes empresas a nivel mundial. La esperanza de que el poder presidencial en Estados Unidos pudiese introducir reformas de estímulo keynesiano se ha visto totalmente frustrada, en gran parte por una capitulación innecesaria. El supersticioso miedo a un déficit público y entusiasta adopción de medidas basadas en “el mito de la competencia” y de una necesaria austeridad, ha sido denunciado desde posiciones críticas moderadas con es el típico ejemplo de Krugman. Pero esta circunstancia se ha sabido utilizar, desde unos dominados y manipulados medios de difusión de masas, este y otros temores fantasmales para lograr la resignada sumisión de las “democráticas” mayorías. La prevalencia de las medidas económicas de tipo deflacionista, que opino redundará en la continuación de políticas redistributivas nefastas para el ingreso y empleo de los más desfavorecidos, prolongará en el caso de muchos países del centro tendencias que ya duran décadas. Las últimas noticias económicas reflejan bien esta confusión y deseo de que todo permanezca igual; así el Fondo Monetario Internacional nos advierte de que el alto nivel europeo del endeudamiento puede hacer peligrar y demorar una posible recuperación. Otro ejemplo nos viene dado por la Comisión encargada en EE.UU. de publicar un informe sobre medidas para evitar una repetición de lo ocurrido en la crisis. Esta instancia emite un farragoso informe que consiste, en palabras de F. Portnoy (en el New York Times) en una confusa ensalada, contradictoria y confusa, incapaz de señalar causas profundas de lo ocurrido, insistiendo en la “moralina” de que con una mayor honestidad, capacidad supervisora y decisión podría haberse evitado lo sucedido. En un lúcido pasaje de este contradictorio documento este afirma que existe la posibilidad de que se produzcan cuevas burbujas especulativas; las enseñanzas de Minsky, Keynes y Marx no parecerían haberse perdido totalmente. Un ejemplo de la pobreza de los enfoques sobre la crisis actual viene dado por la inanidad de las discusiones referentes a las monedas regidoras del intercambio internacional y de sus valuaciones respectivas aparte de confusas advertencias premonitorias de una posible “guerra de divisas”. En el pasado el general De Gaulle había señalado el “exorbitante” privilegio de que gozaba el dólar. Esperemos que el próximo libro de B. Eichengreen cuyo título sigue la intuición del francés pueda pronto iluminarnos sobre este tema. Finalmente, y no deseando multiplicar los ejemplos, muchos observadores en Davos subrayan que el hegemónico poder de Alemania en la U.E. no ha sido capaz de abordar ni elaborar, aparte de retóricas declaraciones, una clara estrategia de defensa del Euro. Ello evidentemente necesitaría la integración de la Europa monetaria y monetarista actual con una efectiva política de coordinación e integración fiscal. Debemos al hoy gran filántropo y previo gran especulador Soros el haber señalado que el hoy asentado triunfo de las posiciones restrictivas y recesionistas de Alemania tuvieron su punto de inflexión, ya hace más de medio año, en la reunión del G-20 en Toronto en cuya reunión se corto tajantemente con cualquier veleidad de una estrategia económica keynesiana basada en la oferta. Es muy aventurado el señalar, en complejo contexto global actual, cuales han sido los elementos que propiciaron esta posición pero es evidente que el interés de clase del capitalismo globalizado considera más fundamental (como se ve en las obras de Turner) la perpetuación su poder clasista a largo plazo y que antepone este elemento a un posible deseo de fomentar, a corto plazo, un nuevo impulso de acumulación y crecimiento. Vivimos un momento en el que los diferentes vectores de un poder nacional y sistémico (militar, económico, político, cultural, o técnico) cambian vertiginosamente. El poder unipolar del viejo hegemón (los EE.UUs) se ha mantenido notoriamente desequilibrado y casi exclusivamente en el terreno militar, mientras otros centros han surgido nuevos actores internacionales. El esquema de Beaud de una pirámide jerarquizada y única de un poder nacional-sistémico total se halla erosionado, e ignoramos si asistiremos pronto a nuevas configuraciones regionales de múltiples poderes piramidales competitivos entre sí o limitados geográficamente. Conviene, en este punto, señalar la influencia de factores estructurales e históricos que posiblemente juegan hoy un papel nada despreciable. Entre muchos destacaríamos el contraste entre las estructuras económicas del capitalismo alemán y las .del modelo anglosajón. Las políticas anglosajonas, neoconservadoras y neoliberales de desregulación, deslocalización, y sostenida redistribución sesgada de la riqueza nacional han favorecido la hipertrofia del sector financiero y la contracción de los sectores manufactureros y de la economía real. En agudo contraste las políticas germánicas han defendido la perpetuación de un sector productivo amplio, eficaz, y muy especializado. El estallido de la burbuja financiera debería, si aceptamos esta teorización, ser más negativas para el modelo anglosajón. Las políticas neo-corporativas y mercantilistas, propugnadas por el poder germánico, con su corolario de mendigar al vecino (de mayor extensión geográfica hoy) aparecerían como influenciando, aunque no totalmente determinadas, estos factores. La posición de las economías periféricas de la Europa Unida aparece muy condicionadas por su situación subordinada a una estrategia económica dictada en última instancia por Alemania, que ha tratado de enquistarla, y extenderla institucional y jurídicamente abogando incluso por una perpetuación cristalizada constitucionalmente. Muchas veces he señalado la necesidad y conveniencia de que estos países de desvinculen de la férula de su permanencia en una Unión insolidaria, llegando incluso a proponer la salida del euro. Una posible opción de ruptura parece, en estos momentos, irrealista dada la debilidad de una posible izquierda federalista y de su incapacidad de suscitar la formación de una dinámica y extensa base social de apoyo. No obstante una prolongación del marasmo actual podría, como sucedió en algunos países de Latinoamérica, hacer cambiar nuestra perspectiva. La estrategia político-económica germana nos permite señalar las contradicciones aparentes entre intereses a corto y largo plazo y otros centrados en el prestigio y poder nacional basado en infraestructuras más permanentes. Parece evidente que una política estimulante de la demanda y el consumo en los países de su entorno favorecería a corto plazo a sus sectores exportadores. No obstante lo anterior la imposición de una estrategia deflacionista podría producir no solo un estancamiento del crecimiento nacional periférico si no también a una desertificación de amplios sectores productivos que aseguraría, en una etapa posterior, una posición regional hegemónica. Una mención de la permanencia y de nuevas formas del fenómeno histórico del imperialismo no parece hoy agotada, pero está fuera de nuestro alcance.
Las estimaciones realizadas últimamente para el FMI por varios estudiosos, indican que cuando se precisa un ajuste presupuestario, es preferible que este se alcance gradualmente y no por mor de una reducción rápida y agresiva de los desequilibrios. La consolidación presupuestaria será tanto más violenta y complicada cuanto más profundamente se sitúe un país en el bache de la recesión. Se acepta por fin, que los multiplicadores de cálculo del gasto público son muy superiores a los observados en el caso de la presión fiscal.
Los datos disponibles permiten corroborar lo anterior. La opción de países como Francia, Finlandia y Bélgica constituyen un ejemplo de esta política menos lesiva mientras que el caso de España es una desastrosa prueba de lo contrario. En efecto, España está “cumpliendo” (con algunas contabilidades creativas o mentirosas) a un ritmo que ha supuesto alcanzar un ajuste negativo tres veces superior a lo que debería de haber sido si cumpliese las obligaciones impuesta por el tratado TSCG (Tratado sobre la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza). Podría pensarse que la enorme suma de aportaciones y de datos disponibles podrían modificar los objetivos perseguidos por la Troica. Ello no es así: la obstinación en el
error permanece y solo se han apreciado pequeños signos de relajación (plazos más amplios en algunos objetivos) como en el caso de Portugal.
¿En que consisten los multiplicadores presupuestarios? Cuando el Estado gasta digamos 100 unidades suplementarias, el impacto positivo sobre el crecimiento es superior a 100 unidades, sean estas las que fueren. Cuando se produce un descenso en los gastos del Estado superior a 100 el impacto negativo sería superior a 100. Del extenso análisis de la revista “Previsions” Nº 125 (realizado por el “Observatorio francés de coyuntura económica” OFCE) destacaremos varios elementos: El primero es el que, según estos investigadores, la mayoría de los dirigentes políticos europeos y sus asesores estimaban que estos multiplicadores eran débiles.
Si esto era así, un esfuerzo de restricción presupuestaria tiene poco impacto sobre el nivel de actividad.
La historia del cálculo de los multiplicadores presupuestarios ha sufrido muchos avatares propiciados siempre por los cambios de coyuntura, la intervención de las instituciones y las estructuras de cada país. Un ejemplo, particularmente relevante nos lo ofrece el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su revista Perspectivas Mundiales. Hasta hace poco tiempo, el FMI estimaba que estos multiplicadores se situaban aproximadamente en un 0,5% para la mayoría de los países desarrollados y tras la recesión que sufrimos, oscilaban entre un 0,7% y un 1,7%.
Lo más sorprendente para un observador sin prejuicios es advertir que muchas de estas rígidas políticas coexisten con una amplia indefinición de las medidas que podrían promover ciertos objetivos. Ver por ejemplo las vacilantes declaraciones del BCE y de sus portavoces y las respuestas incoherentes de los mercados.
Desde el año pasado el BCE se ha dotado de la capacidad de intervenir en el mercado secundario de la deuda soberana a través del de las “transacciones monetarias directas (OMT) pero la ha hecho de modo caprichoso basado en la presión que se quería realizar sobre un determinado estado. Evidentemente si se quisiera alcanzar una cierta estabilidad regional hubiera sido preferible cuantificar desde que punto intervendrían los enormes poderes del BCE para evitar que se permitiese un desfase excesivo entre las primas nacionales fijando un límite claro que castigase la especulación de los mercados. Hoy por hoy tenemos que lamentar esta extraña combinación de las políticas económicas europeas entre su obstinación rigidez, que nos conduce a un “rigor mortis” y la vacilación o caprichosidad en los mecanismos y objetivos perseguidos.
La Fábula de la Confianza Xavier Timbeau nos ofrece en un reciente artículo varios esquemas de teorizaciones económicas. Una sería la de los ultraliberales, seguidores de Barro y de su fe ciega en el mercado y la “equivalencia” mal llamada “ricardiana”; otra, la propugnada por Krugman, a la que éste llama “fábula de la confianza”. En ella, los mercados financieros provocan un auto-reforzado círculo vicioso, al hacer más cara la financiación de los presupuestos, lo que provoca la bancarrota del país, la anulación o impago de las deudas, o una ruptura a la argentina. Timbeau señala agudamente que la creencia en una salida por “austeridad” refuerza una actitud insolidaria, dentro de las instituciones europeas.
Las teorizaciones prevalecientes entre los economistas neoclásicos, de la llamada tendencia Dominante, atribuyen las dificultades actuales de la globalizada economía mundial a errores desafortunados. Toporowki nos recuerda que tanto Friedman como Lucas o Wojnilover ven en las dificultades de la actividad económica decisiones “incorrectas” y más concretamente, decisiones tomadas sobre política monetaria y financiera.
Dentro de estas teorizaciones me parece particularmente nefasta la tomada basándose en las “expectativas racionales” y el equivalente “ricardiano” que aboca a la defensa de una especie de quietismo inerte. Este quietismo no es socialmente neutro,
puesto que supone no alterar el “estatus quo” y hacer que las relaciones interclasistas de poder continúen inalteradas. En agudo contraste con lo anterior encontramos múltiples trabajos inspirados por posiciones marxistas ( como la sustentada recientemente en un artículo der María N. Ivanova en la Review of Radical Political Economy) que destacan que Marx se oponía a culpabilizar de las crisis a la especulación financiera ya que estas se originaban en la esfera real de la producción y el intercambio.
Personalmente creo que no existe entre la mayoría de los dirigentes económicos una toma de conciencia de que ciertas decisiones fueron propiciadas por un error (que sería colosal) en la estimación de los multiplicadores. Prefiero pensar que las decisiones corresponden a un Consenso de Berlín, sucesor del Consenso de Washington, que impone a los países más pobres
una política clasista de bajos salarios y de desindustrialización, favorable a un Hegemón regional o a nuevas formas de múltiples imperialismos estratificados hegemónicamente. No sabemos a lo que puede conducirnos esta obstinación clasista pero nos gusta recordar que el gran teórico de los movimientos cíclicos, Irving Fisher, nos recordaba en 1933 que una prolongada debacle podría conducirnos a alguna “forma de revolución social, que no aguardase a nuevas elecciones”.
Cada vez se escucha más la voz de aquellos economistas que, como el que escribe, rechazan la pérdida de soberanía que conllevó la entrada de algunos países en la UE, tras Maastricht y la posterior adopción del Euro. Como ejemplo de lo anterior transcribimos una frase de Lapavitsas que dice: “Continuar siendo miembro de la “Eurozona” está creando unas condiciones
insostenibles que están empujando hacia la salida de la Unión Europea a muchos países miembros”.
Dos citas de Marx para terminar: “Para tratar de probar que la producción capitalista no puede conducir a una crisis general, todas sus condiciones y formas específicas de existencia son negadas; es decir, se niega la existencia del capitalismo”. (Teorías del Masvalor) “La revolución social no extrae su poesía del pasado, sino del futuro” (El 18 Brumario de Luis Bonaparte) De Antonio Machado: “La esperanza es una consecuencia de la acción, no al contrario”.

José Fernando Pérez Oya (BA.MA por Oxford) Economista-Sociólogo